sábado, 15 de octubre de 2011

Un gasto innecesario.

En los hospitales de palabras no hay mostrador ni recepcion ni enferemeras. Los pasillos estaban desiertos. Sólo nos guiaban los resplandores azules de las lamparillas. A pesar de nuestras precauciones, las suelas de nuestros zapatos crujian sobre el parquet.
Como en respuesta, oímos un ruido muy débil. Dos veces. Un gemido muy suave. Se colaba por debajo de una puerta, como una carta deslizada discretamente, para no molestar.
El señor Enrique me lanzó una rápida mirada y decidió entrar.
Alli estaba, inmóvil en su cama. Era una frase muy pequeña y muy conocida, demasiado conocida:
                      te quiero.
Dos palabras delgadas y pálidas, muy pálidas. Las ocho letras asomaban apenas sobre la blancura de las sábanas. Dos palabras unidas por sendos tubos de plástico a un gotero lleno de líquido.
Me pareció que la frasecilla nos sonreía.
Me pareció que nos hablaba:
    -Estoy un poco cansada. Creo que he trabajado demasiado. Tengo que guardar reposo.
    - Vamos vamos, Te quiero - le respondió el señor Enrique-, que ya nos conocemos. Con el tiempo que hace que existes..Nos enterrarás a todos. Unos días de descanso y como nueva.
Luego se pasó un buen rato recitándole todas esas mentiras que se dicen a los enfermos.
[...]
- Descansa Te quiero, no hables más; Nos has dado tanto... Recupera las fuerzas, nos haces mucha falta.
[...]
-Pobre Te quiero. ¿Conseguirán salvarla?
Las lágrimas se me agolpaban en la garganta, pero no conseguían subir hasta mis ojos. LLevamos dentro lágrimas demasiado pesadas. Ésas que jamás podremos llorarlas.
-Te quiero...Todo el mundo dice y repite "te quiero". Hay que tener cuidado con las palabras. No repetirlas sin ton ni son. Ni emplearlas a tontas y a locas, unas por otras, diciendo mentiras. Si no, las palabras se gastan. Y, a veces es demasiado tarde para salvarlas.


                        "La isla de las palabras" , Erik Orsenna.